jueves, 5 de marzo de 2009

EL “CREDENCIALISMO” EN NUESTRO SISTEMA EDUCATIVO.

PROBLEMÁTICA UNIVERSITARIA (II)
Por: Dr. Carlos A. Dávila Rojas*

El masivo gasto en educación que realizan los Estados, las familias y los individuos tienen un real sustento en los beneficios privados y sociales que reporta este servicio; debido a los cuales, ahora se la valora como “inversión en capital humano”. En efecto -de manera clásica- la educación, en sus múltiples aspectos, impacta en el ser, el saber y el saber hacer de las personas. La educación reporta beneficios privados, a las personas y empresas, a través del aumento de empleabilidad y la mayor capacidad de producción, respectivamente. Los más educados producen más y mejor; y, en consecuencia, tienen una buena demanda laboral y enfrentan altos salarios que mejoran sus condiciones de vida. En términos de la búsqueda de prestigio, estatus social y personal la educación acrecienta estas oportunidades. En términos de los beneficios sociales, la educación aumenta la capacidad productiva, fortalece la democracia, la integración cívica y la convivencia social de las naciones con sus consiguientes impactos en el desarrollo. Es la Teoría del Capital Humano; desarrollado por varios economistas, desde la década del 50, del siglo XX, la que demuestra el conjunto de virtudes y beneficios económicos y sociales mencionados. Desde las numerosas fuentes bibliográficas, lo que se demuestra con las Teorías del Capital Humano, es lo siguiente: Que, la evidencia histórica muestra que la cantidad y calidad de la educación otorga una ventaja competitiva a las naciones. Que, ningún país altamente industrializado de nuestros días logró un crecimiento económico significativo antes de alcanzar la universalización de la educación primaria. Que, niveles suficientes de alfabetización, siguen siendo un prerrequisito del crecimiento económico. Que, en los procesos de alfabetización, la educación de la mujer ocupa un lugar predominante por las grandes externalidades positivas: la mujer instruida mejora la nutrición, la higiene y la salud familiar; la mujer alfabetizada, promueve e impulsa la educación de sus hijos. Sólo la educación, formal y no formal, facilita hoy el acceso universal a los llamados códigos de la modernidad, esto es, a los conocimientos y destrezas necesarios, no sólo para la integración en la sociedad productiva; sino también, para participar en la sociedad civil y en la vida pública. Aunque el crecimiento económico no conduce de modo natural a la equidad, ésta puede ser alcanzada con un crecimiento económico sostenido, respetuoso del medio ambiente y a través de políticas sociales (especialmente de educación) eficaces, en un marco político democrático.
En tanto los servicios de educación movilizan recursos que se pueden asignar eficientemente en condiciones de mercado; dado sus inmensos beneficios para la persona, la familia, las empresas y la sociedad; se hace necesario garantizar que todas las personas tengan asegurada una educación (mínimamente primaria). Por esta razón, es correcto que el Estado provea de educación pública -por consideraciones de equidad y beneficios sociales- a quienes no puedan costearla de manera privada. Quienes tengan para pagar por su educación deben hacerlo; y, quienes no, la deben tener en las instituciones educativas (especialmente, primaria y secundaria) financiadas por el Estado.
En tanto las diferentes cantidades y calidades de la educación, determinan diferencias en sus beneficios privados y sociales; es visible observar un proceso de intensa competencia en los mercados y servicios educativos; que, en ciertos países desarrollados, apuntan a la excelencia académica y personal- aunque no de manera equitativa-; en tanto que, en muchos países en desarrollo, hay fuertes defectos en este proceso, a todo nivel. Para entender estas tendencias, es necesario conocer los enfoques de la educación como “señales”, según los cuales los títulos no acreditan la productividad ni la cualificación, pero sí la diferente “capacitabilidad” o “entrenabilidad” de los aspirantes a un empleo, ya que les fueron otorgadas precisamente por su desempeño en instituciones que evaluaban su capacidad de aprendizaje y adaptación a un contexto organizado. En este escenario, en tanto la documentación acreditativa de la educación sería una señal de aptitudes reveladas; en los mercados laborales y la vida social se empieza a dar una importancia excesiva a los títulos educativos; provocando un proceso de “titulismo”, “fiebre de los diplomas” de los “títulos” o “titulitis”. La idea es que, dado que la posición social de los individuos y puestos laborales parecen depender, en gran medida, de sus certificaciones y diplomas ; todos entran en una carrera desenfrenada en la que tratan de adquirir éstos, no por lo que formalmente acreditan (conocimiento), sino por no quedarse atrás en la competencia con otros que hacen lo mismo. Los resultados son la “inflación de los diplomas” pero con pérdida de valor individual, el exceso de educación -o sobre cualificación- y el subempleo. Se trata de un fenómeno colectivamente irracional obtenido a partir de la agregación de conductas individualmente racionales. Este fenómeno es conocido, también, como el “credencialismo”; que hace, por un lado, que instituciones elitistas refuercen su poder jerarquizador con altos costos que se constituyen en una barrera; y, por otro, que se proliferen ofertas educativas (técnicas y superiores) cuya acreditación es de dudosa calidad. Según la visión credencialista la educación no tendría ninguna relación con los procesos de producción e impacto social; sino que, por el contrario, la educación se convierte en el vehículo por el cual los grupos logran estatus, poder y diferenciación social. En tal contexto, y en presencia de asimetrías en los mercados laborales y la vida social, los individuos se comportan estratégicamente; pugnando y/o gestionando la acumulación de títulos, certificaciones, etc. a cualquier costo y esfuerzo, legal o fraudulentamente, incluso. En nuestro país, Región y Unsaac, es observable este fenómeno del credencialismo. Hay proliferación de universidades e institutos (públicos y privados), especialmente con profesiones de fácil acceso (Educación, Derecho, etc.); hay mucha informalidad y falta de transparencia en los mecanismos de acreditación; hay acreditaciones fraudulentas para todo tipo de demanda, etc. En el estamento estudiantil de las Universidades: la generalizada cultura del once (Nota 11), las postulaciones a carreras profesionales, denominadas “trampolín”; la obtención de títulos por prestigio, aunque sea en muchos años; la existencia de mercados informales de edición de Tesis, entre otros, son las muestras generalizadas de este fenómeno. En el estamento docente, son visibles los aspectos de descuido de la cantidad y calidad de la enseñanza, de muchos docentes, asociados al conocimiento del objetivo credencialista de los alumnos. Igualmente, los procesos y mecanismos de captación docente, nombrados y/o contratados, no garantizan los adecuados criterios que, las políticas de gestión de recursos humanos, recomiendan para garantizar la calidad de la enseñanza y de las otras funciones institucionales. Los profesionales con alta experiencia y prestigio no son de fácil acceso en las instituciones universitarias; especialmente públicas. Desde una óptica integradora; el enfoque de la educación desde la “teoría del capital humano” y el de “señales”, se complementan para explicar el fenómeno del credencialismo. En cuanto a la solución de los problemas, asociados al credencialismo, lo más eficaz es proceder a resolver la asimetría a través de la acreditación de los programas e instituciones educativas. Solo así se puede dar adecuadas señales a los mercados laborales y la sociedad; y, desde allí se sentirían presiones para mejorar los servicios educativos y la conducta estudiantil y docente; iniciándose todo un proceso de cultura de la calidad. Para el caso de las universidades, sólo a través de los procesos de acreditación académica e institucional se podrá innovar los currículos; resolver el desencuentro entre el sistema educativo y los mercados laborales; recuperar la integridad de la educación que, también, debe ser formadora de valores, etc. Sólo en tal proceso se podrían resolver los problemas de equidad y financiación; a través de políticas de calidad y buscando la eficiencia administrativa, docente y curricular. Los procesos de acreditación de los Programas de enseñanza de Medicina Humana; y, últimamente, de Educación son buenos indicios. Se espera que, de manera seria y voluntaria, se continúe este proceso en las demás carreras profesionales.