30 AÑOS DE LIBERAL (II)
Carlos A. Dávila Rojas.
Al decidir, el 8 de abril de
1990, poner fin a mi relación partidaria e ideológica marxista tenía 30 años y
no sabía, aún, algunos dichos famosos que señalan que, si hasta los 30 años no
eras de izquierda eras un canalla o no tenías corazón. Pero; si, después lo
sigues siendo eres un imbécil o no tienes cerebro. La campaña electoral hacia
abril de 1990, en lo programático fue un gran debate entre defensores del estatismo destructivo y la
propuesta de su transformación radical hacia una economía de mercado. El APRA
con Alan García, que terminaba su primer Gobierno; la izquierda y hasta
Alberto Fujimori insistían en mantener el colapsado modelo, sin ninguna
propuesta eficaz para resolver la hiperinflación reinante ni para reconstruir
el estado, enrumbando al país hacia la pacificación y su salvación. Fue Mario
Vargas Llosa, como candidato Presidencial, el que empezó a promover una nueva agenda
económica y política; planteando alternativas integrales a la dramática
situación del país de ese entonces inspiradas en las políticas del “Consenso
de Washington” (1989); de estabilización, reformas estructurales y crecimiento
sostenido dentro de los marcos del fortalecimiento de la economía de mercado y el
sistema democrático liberal y republicano. Alberto Fujimori, ganó las
elecciones en segunda vuelta (15.04.1990) con una propuesta heterodoxa e
incompleta. En verdad, su triunfo se explica por el fenómeno del “out sider” en
nuestra política, el electorado prefería a candidatos nuevos dado el total
desprestigio y fracaso de los líderes y partidos tradicionales. Alberto
Fujimori, aunque fue asesorado por sectores de izquierda y heterodoxos, luego
de ganar las elecciones se apartó de ellos e inició un proceso responsable de
diseño de sus políticas de gobierno recibiendo fuerte influencia de los gobernantes
de Japón, Europa, EE. UU., etc., además de personalidades modernas del país,
como Hernando De Soto, Carlos Boloña, etc.
A los pocos días de asumir el
gobierno (julio de 1990), Fujimori implementó, gradualmente, políticas de
eliminación y desmantelamiento de todas las barreras legales que subyacían al modelo
estatista y controlista, tales como; controles de precios, intereses, tipo de
cambio, monopolios y carteles. Sin proclamarlo y con pragmatismo (sin convicción); empezó a
construir una economía de mercado, aunque de manera desordenada y poco
explicada. Luego, se rediseñó el Banco Central de Reserva, eliminó la emisión
inorgánica, que junto a una reforma monetaria puso fin a la hiperinflación.
Seguidamente, con apoyo de países desarrollados amigos, se reestructuró la deuda
externa; reinsertándonos en el mundo financiero. También, empezaron los procesos
de privatización y concesiones de las empresas públicas ineficientes, que
funcionaban con transferencias de recursos públicos y eran espacios de
clientelismo y corrupción. En el caso de la lucha contra el terrorismo, se definió
una gradual estrategia que combinada acción militar y policial con acercamiento
del estado a los pueblos, especialmente, azotados por la violencia. El desarrollo de estas políticas empezó a
tener obstrucciones en el Congreso Bicameral, el Poder Judicial y los partidos
políticos. Fujimori, tuvo que dar un autogolpe, el 5 de abril de 1992, que
disolvió el Congreso e intervino el Poder Judicial. Luego, convoco a elecciones
para un Congreso Constituyente Democrático (CCD), que restableció el sistema
democrático y redactó la actual Constitución Política, aprobada en referéndum (diciembre
de 1993). La nueva Constitución, estableciendo un nítido régimen de economía
social de mercado y ratificando la organización republicana de organización del
estado, con una sola cámara legislativa, consolidó las reformas estructurales
avanzadas y fue el marco normativo para
las posteriores acciones de gobierno y el inmenso despliegue de inversiones en
base a la iniciativa privada.
No defendí el autogolpe del 5 de
abril de 1992. Desde esa fecha, hasta el 31 de diciembre del mismo año, el
gobierno de Fujimori era jurídicamente una dictadura. Él no tenía convicción política demócrata ni partidaria; lo que, asociado a dirigir un proceso radical
de reconstrucción, reformas estructurales y pacificación, explicarían el
autogolpe. Actuaba pragmáticamente, él mismo se autodenominó como “gerente
general” de la empresa Perú.
En este contexto, mi proceso de conversión
liberal consistió en mejorar mi comprensión de la ciencia económica y el
sistema democrático. Aprendí teoría económica en la Universidad del Pacífico
(1991) y Gestión y Políticas Públicas en la Universidad de Chile (1995-1996).
Desde agosto de 1990 empecé a defender y explicar las reformas de mercado y la
pacificación. Acostumbrado a la vida política partidaria vi en el “Movimiento
Libertad”, liderado por Mario Vargas Llosa, la promesa del Partido Liberal en
el Perú. Contacté y empecé a reunirme con sus dirigentes desde fines de 1991 en
el Cusco. Sin embargo, Mario Vargas Llosa, al cuestionar radicalmente el
“autogolpe” del 5 de abril, generó una crisis partidaria que disolvió al
Movimiento Libertad. Algunos de sus líderes jóvenes, como Rafael Rey, y muchos
dirigentes provincianos pasaron a colaborar en el gobierno de Fujimori; quien implementaba,
en la práctica, las propuestas de gobierno de Vargas Llosa explicadas en su
campaña electoral; pero, Mario, nunca lo apoyó. Con ocasión o pretexto del
autogolpe pasó a ser furibundo opositor y enemigo del fujimorismo y su
gobierno. Ni siquiera respalda la Constitución liberal del 93; como sí lo hacen
muchos de sus distinguidos ex partidarios, como Enrique Ghersi.
Vi que los diez años de gobierno fujimorista, especialmente los primeros cinco, reconstruyó, pacificó y puso las bases para el desarrollo económico del país. Fujimori, le impregnó un estilo autoritario a su gobierno y la lucha contra el terrorismo tuvo excesos propios de contextos de violencia.
Sin ninguna relación electoral; y al ver que no había voceros
fujimoristas que enfrenten a los opositores del gobierno salí a defender
mediáticamente las complejas reformas; especialmente, económicas. Sin estar
inscrito apoyé a Vamos Vecino (1997) y fui Coordinador de Fuerza Popular
(2017-2019). Educar y capacitar, en liberalismo, a candidatos y militancia
fujimorista era necesario.
El accidentado proceso hacia un tercer
mandato, su renuncia, la ausencia de construcción de un nuevo partido político,
que defienda el legado y continuación de las políticas liberales; la
responsabilidad política del “cáncer de la corrupción montesinista” (dixit.
AFF) fueron el inicio del fin del régimen fujimorista. Salvó el sistema
democrático de nuestro país de las garras del terrorismo, pero no fortaleció
su sistema de partidos, no construyó uno nuevo. Cada elección era una nueva
membresía electoral. No formó cuadros, no sistematizó
programática, ni doctrinariamente sus logros de gobierno. Su hija Keiko, intenta
construir ese espacio partidario en medio de una brutal demolición política,
persecución judicial y cometiendo graves errores.
En lo personal, mi conversión a liberal significó ejercer mi libertad y responsabilidad política; abandonar ideas equivocadas y abrazar nuevas, más sostenibles y compatibles con la naturaleza humana. Creo en el invento del estado como servidor y la política como servicio. Se me cuestionó haber “traicionado los principios”; nunca supe cuáles. Hay grandes principios que todos debemos observar; como: la tolerancia, honestidad, responsabilidad, solidaridad, respeto por la vida y libertad, etc. Los pequeños principios que unen a redes políticas, religiosas y los que se abrazan individualmente cambian en el ejercicio de la libertad de acción y pensamiento.
Sin duda, los
cambios políticos deben ser éticos y no deben ser motivados por intereses
personales de ningún tipo, propio de los tránsfugas. Nunca fui candidato ni
funcionario del fujimorismo. Como especialista en Políticas Públicas fui
asesor, por un año, del Congresista Fujimorista Aníbal Del Carpio, desde julio
1990; a su solicitud y por nuestras coincidencias. (Continuará).